lunes, 9 de diciembre de 2013

El legado de Mandela: las trampas de la historia


Siniestros personajes de otras tierras han venido a nuestro pueblo,
Buscan a Bafazane,
Y quieren meterle algunos tiros, oh no,
Dicen que su palabra es estruendosa y que su gente es demasiado orgullosa,
Y que no se darán por vencidos mientras él esté por ahí,
Es el cielo encima nuestro lo que él ama.
(Juluka, Bullets for Bafazane –Balas para Bafazane, 1983)
 
Gavin Brown, un activista británico que por años denunció y se movilizó en contra del odioso régimen del apartheid sudafricano, comentó el día viernes, durante una conferencia en el Trinity College de Dublín que, “al enterarme esta mañana de la muerte de Mandela, me sorprendió mucho saber que todo el mundo estaba en contra del apartheid y del régimen sudafricano. Incluso David Cameron, el primer ministro británico, dijo que era una inspiración para él, aunque lo que recuerdo es que cuando era líder de la Federación de Estudiantes Conservadores vendían camisetas con el eslogan de ‘Ahorquemos a Mandela’”. Esta memoria sintetiza a la perfección no sólo la hipocresía de la llamada “comunidad internacional”, que hoy celebra a una figura a la cual potencias como Estados Unidos o Inglaterra tildaban de terrorista, mientras apoyaban generosamente la dictadura del racismo institucionalizado en Sudáfrica. También refleja el campo de batalla en que se convierte la memoria histórica y el legado político de una figura tan compleja como Mandela, a quien, con razón o sin ella, tanto la izquierda como la derecha reclaman. Que quienes lo encerraron, lo insultaron, lo torturaron, o apoyaron su encierro y al régimen que lo mantenía tras las rejas, hoy lo elogien, es algo que debería llevarnos por lo menos a desconfiar de los tributos oficiales.
 
Por supuesto, que hay uno que otro personaje recalcitrante y lunático como David Horowitz que en un excepcional obituario tilda a Mandela de “terrorista impenitente”[1]; pero esa no es sino la excepción que confirma la regla. Su diatriba contra Mandela no es gratuita: les recuerda a la derecha global lo que repetían incesantemente hasta hace algunos años, mientras el resto del mundo gritaba “Free Mandela” (Liberen a Mandela). La derecha, bien se sabe, nunca ha sido conocida por su coherencia. Pero lo cierto es que el legado político de Mandela no es claro, ni es tan sencillo como a primera vista lo parece. ¿Cuál es el Mandela que celebramos? ¿El que fue un ícono de la lucha contra el racismo institucional o el que estrechó la mano de la Reina Isabel II? ¿El Mandela que creía en la igualdad irrestricta de todas las personas, o el que terminó administrando una sociedad que, mientras ganaba formalmente en igualdad racial, terminó acrecentando exponencialmente las desigualdades sociales? ¿El Mandela comunista o el Mandela neoliberal que profundizó las privatizaciones en los ’90? ¿El líder revolucionario o el conciliador? ¿El Mandela de la negociación de paz o el Mandela que agitaba la lucha armada?
 
 
La revista Semana publicaba un artículo en el que se decía, con una falta de sentido histórico impresionante, que Mandela derrotó alapartheid con el poder de su palabra[2]. Esto es mentira. El apartheid fue derrotado con la lucha y la movilización activa de todo un pueblo, que aplicó la fórmula, tan odiada como temida tanto por la oligarquía como por la socialbacanería colombiana, de la “combinación de todas las formas de lucha” (fórmula que, por cierto temen sólo cuando usa el pueblo, porque los ricos la vienen usando desde siempre). El apartheid cayó por la movilización masiva de las comunidades marginalizadas, por las huelgas de los mineros, y por la lucha armada de un sector del Congreso Nacional Africano (ANC). Sí, tal cual lo oyen, lucha armada. Palabra, organización, unidad, pero también dinamita.
 
Por supuesto, también están los rapsodistas del status quo, como Vargas Llosa (un derechista de ultratumba) que reconocen que Mandela recurrió a la lucha armada, pero que una vez que descubrió su error de criterio, y abrazó el diálogo político, se abrieron las puertas a la paz y la reconciliación en Sudáfrica[3]. Este argumento, lo reproduce Semana en otro artículo publicado con motivo del deceso del líder sudafricano, tratando de llevar un poco de agua al molino colombiano: “Mandela (…) declinó el uso de las armas poco antes de salir de la cárcel, en 1990. Estaba convencido de que un acuerdo político lo llevaría más pronto y de manera menos sangrienta al cumplimiento de sus objetivos. Su propósito no eran las armas. Era la democracia[4]. Un argumento bobo: el objetivo de ningún movimiento guerrillero, ni en Sudáfrica ni en Colombia, son las armas sino cambios sociales profundos. Esto lo recuerda bien la avalancha de propuestas que las FARC-EP han llevado a La Habana. Propuestas las cuales, huelga aclarar, no habrían estado nunca en la agenda política del país de no ser por la existencia de un conflicto social y armado, nos guste o no. El recurso a las armas se da cuando los caminos para conseguir esos planes se estiman institucionalmente bloqueados.
 
Este tipo de argumentación, que ve la lucha armada como un capricho de desadaptados y no como respuesta a la violencia de Estado, busca hacer recaer el peso de la responsabilidad en un conflicto armado sobre los hombros de quienes se rebelan sobre la injusticia y no sobre quiénes la alimentan. Se sobredimensiona el rol de ex rebeldes “arrepentidos” así como la supuesta “generosidad” del poder, a la vez que minimiza los sacrificios del pueblo. No es casual que en Colombia este tipo de argumentos, tan cómodos para el poder, encuentran un eco importante en los medios o que Sergio Fajardo lamente que no haya un Mandela colombiano en el proceso de paz[5]. En realidad, en Sudáfrica hubo conflicto armado hasta que el bloque en el poder se decidió a negociar con los rebeldes. Así no más será también en Colombia.
 
Mandela hoy es un ícono polivalente, de muchas caras, con sus luces y sus sombras. Las luchas del pueblo sudafricano contra elapartheid son un patrimonio de la humanidad, un hito importante en el proceso de humanización de nuestra torturada especie. Pero también estas luchas encapsulan las contradicciones de su tiempo: animadas por los valores de la izquierda, terminan entrampadas en el estrecho horizonte ideológico del neoliberalismo, donde la igualdad de todos fue entendida apenas como libertad ante el omnipotente mercado. La Sudáfrica que soñaron quienes se opusieron con todos los medios a su disposición al apartheid no es aquella que terminó masacrando a los mineros en Marikana en Agosto del 2012, ni en la cual el 50% de la población se debe contentar con apenas el 8% de la renta nacional, ni en la cual una cleptocracia multicolor enquistada en el Estado se divide los despojos de la corrupción rampante. Esa Sudáfrica sigue siendo una tarea pendiente, con Mandela o sin él.
 
José Antonio Gutiérrez D.
9 de Noviembre, 2013
 

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